Magnífico artículo de Ken Auletta en el New Yorker de hace unas pocas semanas acerca de la situación de la industria editorial. Auletta cuenta el salto a los libros electrónicos principalmente desde el punto de vista de las editoriales, lo que resulta revelador:
Tim O’Reilly, fundador y presidente de O’Reilly Media, que publica alrededor de doscientos libros en formato electrónico al año, cree que el viejo modelo de las editoriales tiene un fallo en su planteamiento. “Creen que sus clientes son las librerías”, explica. “Las editoriales nunca han creado una infraestructura que les permita responder a los clientes”. Sin librerías, las editoriales tardarían años en aprender a venderles libros directamente a los consumidores. No invierten en investigación de mercado, tienen poca información sobre sus clientes, y no tienen experiencia en la venta directa. Con la posible excepción de las ediciones de bolsillo de Harlequin Romance y Penguin, los lectores carecen de una asociación concreta con cualquier editorial; en los libros, el nombre del autor hace las veces de marca.
El hecho de que las editoriales vean a las librerías — en lugar de los lectores — como sus clientes explica gran parte de la situación que aqueja a la industria. Y el hecho de que Tim O’Reilly siempre haya considerado al lector como su cliente explica por qué a O’Reilly Media, que en su momento estuvo tan centrada en la publicación impresa tradicional como cualquier otra editorial, le van mejor las cosas que a la mayoría de las editoriales.
Otra reflexión de interés, esta vez de Russ Grandinetti, de Amazon:
En opinión de Grandinetti, los editores de libros — como ocurre con los ejecutivos de otros medios — cometen el mismo error que las empresas del ferrocarril cometieron hace más de un siglo: pensar que su negocio eran los trenes y no el transporte.
(Pensemos en este comentario aplicado a los altos ejecutivos de Microsoft: ¿qué pensarán, que su negocio es el software, o que su negocio es Windows?).