Lo siguiente es un fragmento del artículo publicado hoy por Cory Doctorow en contra del iPad (y la situación global del diseño de productos de Apple):
Luego está el dispositivo en sí: es evidente que el diseño está muy pensado y logrado. Pero también se nota una falta de respeto por el dueño. Creo — muy en serio — en las conmovedoras palabras del Manifiesto del Propietario: si no lo puedes abrir, no es tuyo. Tornillos, no pegamento. El Apple ][+ original incluía diagramas de las placas de circuitos, y dio lugar a una generación de gente aficionada a manipular el hardware y el software que hizo el mundo mejor dándole la vuelta a las cosas. Si querías que tu hijo llegara a tener confianza en sí mismo, que fuera emprendedor y que creyera firmemente en que siempre hay que cambiar el mundo para hacerlo mejor, le comprabas un Apple ][+.
Tal es el avance del progreso. Hace 40 años uno podía abrir el capó del coche y ver y tocar prácticamente todos sus componentes. Y había que hacerlo, porque muchos de esos componentes requerían un mantenimiento habitual. Tener un coche implicaba, en cierta medida, entender cómo funcionaba. Hoy, abres el capó de tu coche y ves un gran bloque sellado y un depósito para el líquido del limpiaparabrisas. Puedes comprar un coche nuevo, conducirlo durante cinco años, y no llegar a abrir nunca el capó en todo ese tiempo.
Así es el iPad.
Alex Payne escribió sobre esto en Enero:
Lo que más me molesta del iPad es esto: si de niño hubiera tenido un iPad en vez de un ordenador de verdad, no habría llegado a ser programador.
Érase una vez que Apple fabricaba las máquinas que me convirtieron en quien soy. Llegué a ser quien soy manipulando cosas. Ahora parece que están haciendo todo lo que pueden para impedir que mis hijos descubran esa sensación de asombro. Apple ha declarado la guerra a las personas a quienes les gusta manipular las cosas con sus propias manos.
No les falta razón. El iPad (y todos los dispositivo pasados y futuros que se basen en iPhone OS) no son abiertos del modo en que el Apple II lo fue y que el Macintosh es. Pero siempre han existido dispositivos informáticos cerrados. ¿Mi primer ordenador? Un Atari 2600, que compró mi familia por Navidad cuando tenía unos seis años de edad. Me encantaba. Dediqué innumerables horas a jugar con él.
Sí, también descubrí pronto los ordenadores personales — los Apple II y los Commodore y el Texas Instruments TI99 e incluso algún Atari. Y podías escribir tus propios programas y funcionaban. Y así mis amigos y yo escribíamos nuestros propios programas y los ejecutábamos. ¡Qué felicidad!
Pero nunca se nos ocurrió que en teoría también podíamos crear programas para, por ejemplo, el Atari 2600. Sabíamos que era un “ordenador”, pero era un tipo de ordenador distinto. Uno para el que todo el software lo hacían profesionales desconocidos que usaban una magia más allá de nuestro alcance, No teníamos ni idea de cómo se programaban o diseñaban los juegos del Atari 2600. Y a efectos prácticos, de ningún modo en absoluto podíamos crear los nuestros propios.
También teníamos la impresión de que nuestros programas, los que escribíamos en BASIC, no eran programas “de verdad” — los que comprábamos (y, bueno, a veces no) con juegos comerciales y procesadores de texto no estaban escritos en BASIC. Estaban producidos — y distribuidos en los canales de venta — usando, de nuevo, magia más allá de nuestro alcance.
El iPad y el iPhone son cerrados comparándolos con los ordenadores personales, en efecto. Pero son notablemente abiertos comparados con muchos dispositivos informáticos. Aquí podéis leer un correo electrónico que me ha enviado hoy Sam Kaplan:
Tengo 13 años y soy un gran seguidor de tu web. Acabo de crear una aplicación llamada iChalkboard. Es mi segunda aplicación, pero esta es la primera que hago para el iPad. Sirve para dibujar cosas de forma sencilla. Le puedes echar un vistazo aquí: http://itunes.apple.com/us/app/ichalkboard/id322491414?mt=8. Si necesitas más información o un código promocional, no dudes en escribirme.
Espero que te guste tanto como a mí.
Tiene 13 años y ha creado (con la ayuda de su amigo, el diseñador de 14 años de edad Louis Harboe) y ha puesto a la venta un aplicación para el iPad en la misma tienda en la que empresas como EA, Google e incluso la propia Apple distribuye aplicaciones para el iPad. Su aplicación está lista para descargar el primer día en que el producto se ha puesto a la venta. No es una aplicación falsa. No es una aplicación sin acabar. Una aplicación verdadera para el iPad. Imaginaos a un niño de 13 años en 1978 que pudiera producir y vender sus propios cartuchos para el Atari 2600.
De alguna forma no creo que el joven Sr. Kaplan piense que el iPad ha dañado su capacidad de asombrarse o de emprender.
Y, dejando a un lado el App Store — que, en efecto, exige tener un Mac y una cuenta para desarrolladores que cuesta 99 dólares al año — ¿qué hay de la función del iPad y el iPhone como clientes web? Apple no impone ningún límite a las aplicaciones web destinadas a dispositivos con iPhone OS. Cuando aprendí a programar en la década de 1980 con BASIC, el interfaz de nuestros programas era texto monoespaciado (y en ciertos ordenadores, siempre en mayúsculas). Nada más que texto. Si teníamos color, éste estaba limtado a 16 colores.
Si alguien pudiera volver al pasado y enseñarle a mi antiguo yo de 10 años de edad un iPad — millones de colores, vídeo, fotografías, tipografía con un aspecto magnífico, un interfaz táctil, conectividad (¡inalámbrica!) — y me ofreciera escribir aplicaciones web para el dispositivo a cambio de no volver a tocar nunca un Apple II, estoy muy seguro de que sé qué habría respondido.
Sin duda algo importante y valioso se pierde a medida que Apple se pasa a este modelo de computación. Pero es una solución de compromiso, porque se ha ganado algo nuevo que es importante y valioso.